Cuando yo hago esta pregunta a mis hacientes en consulta, agrandan sus ojos y me miran fijamente:
– ¿Cómo que para qué sirve un cerebro?- Pues para…
Pensar. – Dicen unos. – Para vivir. – otros.- Para sentir y experimentar cosas.– Afirman los más convencidos.
Pero en las contestaciones hay también un algo de… “¿Qué pregunta es esa? yo no me he planteado esto en mi vida. Tenemos cerebro porque lo tenemos, y ya.” Pero aunque lo obvio no nos lo planteamos nunca, todo tiene una explicación en el universo, en el mundo, en la vida y también en nuestro cerebro.
Intentemos entonces responder a esta pregunta y ver hacia donde nos lleva:
¿Para pensar y sentir? No. Eso son funciones que el cerebro realiza, pero no son su sentido.
¿Para vivir? No. Tampoco hace falta un cerebro para esto, todas las plantas viven sin él, y animales como los corales, las anémonas, los moluscos y otros muchos viven sin un cerebro. Es más, la ascidia o chorro marino, es un animal de forma tubular de la familia de las urochordatas que se alimenta de planctón, vive en casi todos los mares, y resulta que cuando está en estado larvario, parecido a un renacuajo, se mueven buscando un sitio donde fijarse y permanecer el resto de su vida. Mientras hacen eso estas larvas poseen una especie de ojo con un ganglio que agrupa un cúmulo de neuronas, esto es, un minicerebro, pero cuando encuentran el sitio para asentarse y vivir para siempre, como ya no lo va a necesitar más, se lo comen y pasan el resto de su vida sin cerebro. Así está claro que la vida no necesita cerebro. La vida como tal, solo tiene una necesidad, que implica a cuantos seres vivos existen, que es la obtención de energía. Pues el propio proceso de la vida conlleva necesariamente un gasto de energía.
El cerebro existe, porque existe el movimiento y el movimiento existe en los seres vivos para poder relacionarse con el medio. Así, los animales que poseen un cerebro interactúan con el medio. Se mueven y desplazan interpretando e integrándose en un entorno con distintos espacios y exigencias.
El cerebro entonces, no es otra cosa que un órgano capaz de evaluar las necesidades internas del ser y las dificultades y exigencias externas del medio en el que vive para establecer una variable de eficiencia a la hora de construir una relación con el entorno. Para ello, se desarrollaron los sentidos. Los cinco externos, por todos conocidos que le aportan información sobre esas exigencias del medio en el que se desenvuelve y el sexto sentido o sentido propioceptivo que le informa del estado interno del organismo y de sus necesidades. Generando así una relación ser vivo-medio.
A esta relación de eficiencia existente entre el ser vivo y su entorno la llamamos adaptación. Definiéndola como el proceso a través del cual el ser vivo establece una interacción con su medio tal que el beneficio que obtiene de éste es mayor que el gasto energético que dicho entorno le exige con sus demandas y desafíos.
Así todos aquellos seres que consiguen más energía de la que gastan están adaptados y su cerebro les premia con sistemas de recompensa positivo que le refuerzan la relación con su entorno. Por el contrario, si la relación es más coste que beneficio para el ser vivo, el cerebro genera sistemas de recompensa negativos que castigan al ser vivo con el fin de que abandone ese entorno y buscar uno mejor, ya que de no hacerlo se vería amenazada su supervivencia.
Pero todo esto ¿Cómo nos afecta a nosotros psicológicamente?
Pues en mi opinión mucho más de lo que crees. Todos los años tengo en consulta hacientes que no saben muy bien que es lo que les pasa, ¿por qué se encuentran mal? ya que según ellos mismos, no tienen ningún motivo para su malestar. Viven como planearon. Si les hubieran dicho unos años atrás lo que iban a conseguir, tod@s lo habrían firmado con los ojos cerrados, pues era eso lo que deseaban, lo que buscaban. Se casaron con la persona que quisieron, tuvieron los hijos que planificaron, incluso llegaron a ocupar el puesto profesional que eligieron, sin embargo en un momento de su vida, sienten que no son felices, se desmotivan, y en cascada, junto a la pérdida de ilusión, llega también la insatisfacción personal, el tedio vital y el vacío interior. Se preguntan qué les pasa, cuestionándose las elecciones realizadas en su vida, su relación de pareja, las metas vitales, etc. Hasta el punto en que llegan a sentirse malas personas por experimentar esas sensaciones. No quiero pasar por alto el o la list@ de turno que prende animarl@ con frases tan convincentes y motivadoras como:
“-Tu lo que necesitas es pasar un poco de hambre, que lo que te pasa es que estas hinchad@ a pan.” “Te tenía que pasarte una desgracia de verdad para valorar lo que tienes.” “Tú lo que necesitas es irte a cavar al campo unas cuantas zanjas que se te quiten todas las tonterías …”
Que lejos de ayudar a la persona, estas lindezas, lo que hacen es hundirla más y generar en él o ella un alto sentimiento de culpa y malestar interior añadido al propio que ya estaba experimentando. Es entonces, cuando se ven desborad@s por la situación y con un alto sentimiento de decepción y fracaso personal que deciden buscar ayuda profesional y terminan en mi consulta, sin saber muy bien cómo explicarme por qué han venido. Lo primero que van a descubrir para quitarles hierro, es que todo está bien y las elecciones que hicieron en sus vidas no fueron equivocadas. Osea, no son malas personas. ¿Qué sucede entonces? ¿Por qué se sienten así? En la respuesta a esta pregunta entran también otros componentes personales que exceden las posibilidades de este artículo, por lo que no podemos pararnos a analizarlas ni a valorarlas. Pero la base, la masa de la pizza del malestar que padecen, no está en sus elecciones ni en su forma de vida, tampoco en el compañer@ con quien conviven. El verdadero problema está en su nivel de esfuerzo y en sus sistemas de recompensa. Esto es, en esta evaluación que el cerebro hace a nivel adaptativo. Así, aunque todo cuanto tienen, realmente lo quisieron, el precio a pagar a nivel adaptativo por la vida que mantienen era y es muy alto, y el nivel de esfuerzo que tienen que hacer para mantenerlo no les compensa, o mejor dicho, a su cerebro no le compensa, la relación coste beneficio está desajustada . Es como si tuviéramos el trabajo de nuestros sueños, pero el dinero que cobrásemos por él no fuese suficiente para pagar nuestras necesidades. Es por eso que sus cerebros generan síntomas desadaptativos, que son los responsables del malestar psicológico de la persona.
El verdadero problema es que les engañaron, nuestro sistema de vida les hizo sentir que con todo eso que consiguieron iban a ser felices, sin hacerles reparar en el precio. Sus cerebros creían que iba a tomar hidratos de carbono y proteínas de alta calidad y al final se comieron una fruta hueca. Nuestra forma actual de vida les vendió humo y les idealizaron una vida que en el fondo no requiere tanto esfuerzo para vivirla y disfrutarla. El error que comete el sistema es que puede engañarnos a nosotros, pero no a nuestro cerebro.
¿Qué hacer entonces?
Lo que hacemos en el proceso terapéutico es enseñarles a soltar lastre y cambiar el punto de vista de las cosas, ampliando la información y el conocimiento de nuestro entorno, ayudando a nuestro cerebro a valorar y comprender la realidad en que vivimos desde nuestra conciencia, y así desprendernos de un montón de cargas materiales que no nos aportan nada. Sólo trabajo, sólo esfuerzo, sólo desadaptación. A cambio de esto enseñamos al cerebro y a la conciencia a hablar entre ellos, para valorar lo que para ti es realmente importante, que es lo mismo que para mí, que es lo mismo que para todos: Tiempo.
Tiempo para mirar y ver, para oír y escuchar, para oler la vida…
Tiempo para pararnos a recordar y construir nuestra historia.
Tiempo para proponernos desafíos y fracasar aprendiendo de nuestros errores.
Tiempo para proponernos desafíos y triunfar experimentando el placer del éxito.
Tiempo para querer y sentirnos queridos.
Tiempo para ser aquí y ahora, sintiendo que formamos parte de algo.
Tiempo en resumen, para sentirnos adaptad@s, que no es otra cosa que disfrutar la vida en los elementos sencillos que son los que nuestro cerebro siempre valora y reconoce. Porque no es tan difícil vivir, lo difícil lo ponemos nosotros.